Wiki Reino de Quito (1809)
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Antecedentes[]

Los sucesos en Europa[]

En 1807 Napoleón Bonaparte invade Portugal y firma el Tratado de Fontainebleau, por el cual se declaró destronada la Casa real de Braganza. Sabiéndose en miras del emperador francés, Carlos IV de España pensó trasladarse a las colonias de América como lo hiciera el rey portugués, pero el pueblo español se alborotó y estorbó la partida de la familia real, sobre todo porque odiaban al secretario privado del rey (Godoy). El alboroto puso en peligro la vida de Godoy, y Carlos IV renunció a la corona en favor de su hijo Fernando por salvar la vida del ministro.

La ocasión fue aprovechada por Napoleón para apropiarse de España, y con pretexto de que la renuncia había sido forzada, se negó a reconocer a Fernando VII. Entonces, la familia real española se trasladó a Bayona a someter al juicio del emperador la decisión de las contiendas domésticas, y devolviendo el hijo la corona al padre, éste se la cedió a Napoleón, quien declaró a su hermano José como nuevo monarca de las Españas. Ajustado así este arreglo el 5 de mayo de 1808 el rey José I ocupó a Madrid el 20 de julio.

Los patriotas españoles, sucesivamente traicionados por sus reyes que habían transferido la diadema a la cabeza de un extranjero, tomaron a su cargo el desagravio de los ultrajes hechos al pundonor y dignidad de su nación. Organizaron Juntas Provinciales por toda la península, que luego se convirtieron en Supremas pues representaban la soberanía del pueblo; las mismas que, aunque fueron aisladas, no reconocidas en todo el reino y hasta combatidas entre sí, llegaron después a legitimarse con la Junta Central que dominó en todo el territorio no ocupado por los franceses todavía.

Los sucesos en la presidencia de Quito[]

El Gobierno de la Metrópoli había procurado cuidadosamente mantener secretos para América los principios proclamados por la revolución francesa, los triunfos y término de esta y el mal estado en que el se hallaba; pero al fin y al cabo la presidencia de Quito no había dejado de columbrarlos. La ocasión se sumaba a los resultados de la independencia de Estados Unidos, menos atronadora que la revolución francesa, pero más fraternal, ejemplar y clara.

La presidencia de Quito, siendo parte integrante de España, y por tanto con los mismos derechos que Galicia, Asturias, Aragón, Cataluña, Valencia y demás provincias que establecieron sus juntas, consideró que era capaz de constituir también una Junta Suprema gubernativa. El establecimiento de una junta a imitación de la de Sevilla, era para unos el pedestal que debía levantar la independencia de la patria o mejorar sus particulares intereses, mientras que para otros era un derecho inmanente que no podía disputarse a la Presidencia, y más cuando la distancia y aislamiento en que se hallaba fortalecían sus razones; y aun a juicio de los realistas americanos, y hasta de algunos españoles deseosos de mostrarse leales a los ojos del rey Fernando VII, era una manifestación palmaria de los muy decididos afectos que la Presidencia conservaba por su señor. No hay para qué añadir que en el ánimo de los verdaderos patriotas pululaban en secreto las ideas de independencia, pues juzgaban con acierto que una vez establecida la junta como legítima, sólo prevalecería después la razón para culminar con una independencia total.

Los ingleses, dueños de los mares y en guerra declarada con España, no dejaban pasar buque ninguno para América, y la Presidencia no conocía absolutamente los últimos sucesos que ocurrían en la península ibérica. Mas, al arribo del capitán de fragata José de Sanllorente, comisionado por la junta de Sevilla que llegó a Cartagena en agosto de 1808, se propagaron las noticias de los asesinatos del 2 de mayo de Madrid, el armisticio celebrado con la Gran Bretaña, la victoria de Bailén, la capitulación de Dupont y el establecimiento casi simultáneo de las juntas españolas. Entonces ya no había cosa que aguardar, y los patriotas se apresuraron a poner por obra cuanto tenían meditado.

La llegada de don Manuel de Urries, conde Ruiz de Castilla, que había entrado como presidente de Quito el 1 de agosto de 1808, les proporcionó a los patriotas quiteños la ocasión de hacer representar en su honor cuatro piezas dramáticas, intencionalmente escogidas para la época y circunstancias: el Catón, la Andrómaca, la Zoraida y la Araucana. El pensamiento de los revolucionarios fue comprendido por la parte inteligente de la sociedad, sin que Ruiz de Castilla ni los otros gobernantes traslucieran otro interés que el deseo de celebrar la llegada del presidente y el de gozar de las satisfacciones del teatro.

Dado este paso, y cuando ya estaban instruidos los patriotas de los sucesos de España, se encontraban irritados porque la Junta de Sevilla se había arrogado el título de Suprema de España e Indias; pero sobre todo por el lenguaje ofensivo que empleaban los españoles al calificar a los americanos de insurgentes, añadiendo que la América española debía permanecer unida a la madre patria, sea cual fuere la suerte que ésta corriese, y que el último español que quedase tenía derecho para mandar a los americanos.

El complot de Navidad[]

Se determinaron entonces a celebrar la primera reunión el 25 de diciembre de 1808 en la hacienda Chillo-Compañía, propiedad de don Juan Pío de Montúfar, marqués de Selva Alegre. En ella acordaron establecer la junta suprema proyectada, y para no exasperar al pueblo, aparentando sus consideraciones y respetos por Fernando VII. Esta prudencia era absolutamente necesaria para con un pueblo largo tiempo infatuado con el mágico nombre de rey, que lo creía procedente de naturaleza divina.

Por prudentes y cautelosos que fueran, los pasos de los conjurados llegaron a descubrirse. El carácter franco y confiado del capitán Juan de Salinas y Zenitagoya, y el deseo de aumentar el número de partidarios, le animaron a comunicar el secreto al padre mercenario Torresano; éste se lo confió al padre Polo, de la misma Orden; Polo a don José María Peña, y Peña lo denunció a Mansanos, Asesor general de gobierno.

Se instruyó inmediatamente un sumario, y el 9 de marzo de 1809 Juan Pío de Montúfar, Juan de Dios Morales, Juan de Salinas, Manuel Quiroga, el presbítero José Riofrío, y Nicolás Peña fueron apresados y llevados al convento de la Merced. Pedro Muñoz fue nombrado Secretario de la causa, un español manifiestamente prevenido contra los americanos, y los presos a quienes se mantuvo incomunicados, tuvieron estorbos y dilaciones para su defensa.

Por un acto de patriotismo bien ideado y arrojadamente desempeñado, se sustrajeron todas las piezas del juicio, al tiempo que Muñoz daba cuenta al presidente del estado de la causa, y esto evitó los castigos que se preparaban contra los culpados. La ocultación que los implicados debieron hacer sobre la celebración de la reunión de Navidad, la burla a la pesquisa de los jueces y la sustracción del sumario, aumentaron el coraje de los patriotas y se resolvieron a llevar adelante la insurrección.

La Junta Suprema de Gobierno de Quito[]

Artículo principal: Primera Junta de Gobierno Autónoma de Quito

La toma del poder[]

Secretamente se convocó a los vecinos de los barrios de la ciudad de Quito con el fin de que eligieran una persona que los represente y, cuando éstos se presentaron a la reunión de estrategia, señalaron el 9 de agosto como el día en que se llevaría a cabo la insurrección.

La noche del jueves pactado se reunieron Pedro de Montúfar, hermano del Marqués, Morales, Salinas, Quiroga, Matheu, Checa, Ascásubi, Ante, Zambrano, Arenas, Riofrío, Correa, Vélez y otros en casa de doña Manuela Cañizares, mujer a cuyo influjo y temple de ánimo cedieron aún los más desconfiados. Comisionaron a Juan de Salinas, quien era Comandante de la guarnición de la ciudad y contaba con el aprecio de sus soldados, para que convenciera a las tropas de unirese a la sonada. El Comandante de la caballería, Joaquín Zaldumbide, pasó también a su cuartel, y como ambos contaban con el apoyo de algunos oficiales subalternos, no tuvieron más que arengar a las tropas para que se diera el grito de rebelión contra el Gobierno.

Asegurados los cuarteles, poco más allá de la media noche acudieron a ellos los conjurados para armarse y afianzar su causa. Salinas sacó las tropas del cuartel, que no pasaban de ciento setenta y siete y las colocó en la plaza mayor, les entregó varias partidas para que aprehendiesen a algunas de las autoridades y a otros sospechosos, y dictó las providencias adecuadas a las circunstancias. No se cometió abusos de ningún tipo, y las órdenes se ejecutaron con moderación y calma.

Poco antes de las seis de la mañana del 10, el doctor Antonio Ante sorprendió la guardia del Palacio Real y presentó al oficial a cargo un oficio redactado por los miembros de la Junta que interinamente se había establecido, éste la tomó y se dirigió al dormitorio del Presidente para despertarle y dársela. El escrito decía:

La Junta Soberana al Conde Ruiz, ex-Presidente de Quito
El actual estado de incertidumbre en que está sumida la España, el total anonadamiento de todas las autoridades legalmente constituídas, y los peligros a que están expuestas la persona y posesiones de nuestro muy amado Fernando VII de caer bajo el poder del tirano de Europa, han determinado a nuestros hermanos de la presidencia a formar gobiernos provisionales para su seguridad personal, para librarse de las maquinaciones de algunos de sus pérfidos compatriotas indignos del nombre español, y para defenderse del enemigo común. Los leales habitantes de Quito, imitando su ejemplo y resueltos a conservar para su Rey legítimo y soberano señor esta parte de su reino, han establecido también una Junta Soberana en esta ciudad de San Francisco de Quito, a cuyo nombre y por orden de S.E. el Presidente, tengo a honra el comunicar a US. que han cesado las funciones de los miembros del antiguo gobierno.
Sala de la Junta en Quito, a 10 de agosto de 1809.
Juan de Dios Morales, Secretario de lo Interior.

Enterado el Conde del contenido de tan audaz como inesperado oficio, salió a la antesala para hablar con la persona que lo había llevado. Después de presentarse, Ante le preguntó si estaba ya instruido del oficio, a lo que Ruiz de Castilla respondió afirmativamente, y sin decir nada más hizo un saludo con la cabeza y salió. El Presidente trató de contenerle y le siguió hasta la puerta exterior de la antesala en donde fue detenido por el centinela que ya estaba relevado; el conde hizo llamar al oficial de guardia, pero éste también había sido relevado ya, y el nuevo le contestó que, después de las órdenes dadas por la Junta, ya no era posible tratar con S.E., y menos obedecerle. Ruiz de Castilla comprendió que la revolución estaba consumada.

A las seis de la madrugada se vio que en la plaza mayor se formaba una gran reunión de hombres, frente al Palacio, y se oyó muy luego una prolongada descarga de Artillería, repiques de campana y alegre bullicio de vitoreos y música marcial. La parte culta e inteligente de la sociedad se mostraba frenética de gozo al ver que la patria, al cabo de tan largos años de esclavitud, daba indicios de que volvería al ejercicio de sus derechos naturales. La parte ignorante al contrario, se mostró asustada de un avance que venía a poner en duda la legitimidad del poder que ejercían los presidentes a nombre de los reyes de España, y fue preciso perorarla en el mismo sentido que a las tropas para no exasperarla. El arbitrio produjo buenos resultados, a lo menos por entonces, y el pueblo, amigo siempre de novedades, fraternizó por el pronto, aunque al parecer con repugnancia, y tal vez traidoramente, con la revolución.

En la misma mañana fueron presos el Regente de la Real Audiencia, Bustillos; el Asesor general, Mansanos; el Oidor Merchante, el Colector de rentas decimales, Sáenz de Vergara; el Comandante Villaespeso, el Administrador de Correos, Vergara Gabiria y algunos, aunque pocos, militares sospechosos.  El conde Ruiz de Castillo fue apresado en el Palacio debido a su dignidad y avanzada edad.

Conformación de la Junta[]

A las diez de la mañana fueron nombrados y reunidos los miembros de la junta, compuesta de Juan Pío de Montúfar, a quien nombraron Presidente, de los marqueses de Villa Orellana, Solanda y Miraflores, y de Manuel Larrea, Manuel Matheu, Manuel Zambrano, Juan José Guerrero y Melchor Benavides. El obispo de Quito, José de Cuero y Caicedo, fue nombrado vicepresidente, y los señores Morales, Quiroga y Juan Larrea como secretarios para el despacho de Gobierno; siendo también estos cuatro miembros natos de la Junta. Vicente Álvarez fue nombrado secretario particular del Presidente. A la Junta debía darse el tratamiento de Majestad, como tres años después dieron los españoles a las Cortes de España; al presidente el de Alteza Serenísima y a cada uno de los miembros el de Excelencia.

Montúfar era un hombre de fina educación, cortesanía e inmensa fortuna. Con su riqueza, pensamiento ilustrado, servicios oficiosos y maneras cultas se había ganado el respeto y estimación de todas las clases. Como noble titulado e hijo de español, era partidario de Fernando VII y apoyaba su causa contra los Bonaparte; pero así mismo, como americano ilustrado y promovedor principal de la revolución, se mostró también partidario de ésta. Sin embargo se mostraba más aficionado todavía a su propia persona e intereses particulares, pues nacido y educado como príncipe, no veía extraño ni difícil seducir a sus compatriotas con el brillo de la monarquía para encaminarlos, aunque independientes, bajo la misma forma de gobierno a la cual ya estaban acostumbrados. Es cierto que quería una patria libre de todo poder extranjero a la cual consagrar sus servicios y afanes, pero dirigida por él o su influjo, sin admitir competencia, gobernada en fin por su familia sean cuales fueren las instituciones que se adoptaran.

Los nuevos gobernantes contaban, ilusos, con que las provincias de Guayaquil, Cuenca y Pasto, movidas por el mismo impulso que la de Quito, repetirían el grito y se unirían para hacer frente al peligro común; y sin embargo, ninguna de ellas estaba concertada, menos aún preparada o resuelta a defenderla. La misma Junta dispuso el levantamiento y formación de una falange que debía componerse de tres batallones, a cuya cabeza estaría Juan de Salinas, que fue ascendido a coronel. Juan Pablo Arenas, que en un principio estaba pensado para ser Auditor de Guerra, fue nombrado teniente coronel de los ejércitos y estaría a cargo de diseñar las estrategias militares.

Para el régimen y despacho de justicia establecieron un órgano al que llamaron Senado, y que estaba compuesto de dos salas: una civil y otra criminal. Para la sala civil fueron nombrados José Javier de Ascázubi como regente, quien era además Gobernador del Senado y presidía ambas salas, Pedro Jacinto Escobar como decano, Mariano Merizalde como fiscal, y como senadores José Fernández Salvador, Ignacio Tenorio y Bernardo León. Para la sala criminal fueron escogidos Felipe Fuertes Amar como regente, Luis Quijano como decano, Francisco Javier Salazar como fiscal, y como senadores José del Corral, Víctor Félix de Sanmiguel y Salvador Murgueitio. Como se ve, no se distinguieron colores ni banderas, y eligieron indistintamente a republicanos y realistas, a americanos y españoles.

La Junta publicó en el mismo día un manifiesto, en que se expusieron las causas de la revolución y el derecho que para ello tenían los americanos; procuraron repartir elocuentes comunicados diarios que salían a luz por la prensa o publicados por bandos y repartidos en las calles. El 16 de agosto los representantes del pueblo fueron convocados a un cabildo abierto en la sala capitular del convento de San Agustín, y allí confirmaron y ratificaron los actos que habían tenido lugar hasta esa fecha. 

Renuencia de las otras provincias[]

El día 26 la Junta dispuso que el presidente dirigiese oficios notificando lo ocurrido a los virreyes de Santafé y Lima, a los gobernadores de Guayaquil y Cuenca, y a los cabildos de las otras ciudades, excitándoles a que formasen sus respectivas juntas y se rigiesen con independencia de las de España. Posteriormente, el Ministro Morales emitió la siguiente circular:

Quito, Agosto 13 de 1809
A los Señores Alféreses, Corregidores y Cabildos que existen en los asientos, villas y ciudades.
S.E. El Presidente de Estado, de acuerdo con la Honorable Junta y los Oidores de audiencia en pública convención, me han instruido que dirija a US. una circular en la que acredite y haga saber a todas las autoridades comarcanas que, facultados por un consentimiento general de todos los pueblos, e inspirados; de un sistema patrio, se ha procedido al instalamiento de un Consejo central, en donde con la circunspección que exigen las circunstancias se ha decretado que nuestro Gobierno gire bajo los dos ejes de independencia y libertad; para lo que han convenido la Honorable Junta y la Audiencia nacional en nombrar para Presidente a S. E. el señor marqués de Selva Alegre, caballero condecorado con la cruz del orden de Santiago. Lo comunico a US. para que en su reconocimiento se dirijan por el conducto ordinario letras y oficios satisfactorios de obediencia, después de haber practicado las reuniones y juntas, en las capitales de provincia y pueblos que sean convenientes; y fechas que sean se remitan las actas.

Recibida en Pasto la circular, el alférez Gabriel Santacruz hizo publicar el siguiente bando:

Considerando que arbitrariamente se han sometido los revoltosos quiteños a establecer una Junta sin el previo consentimiento de la de España, y como se nos exige una obediencia independiente de nuestro Rey Don Fernando VII, por tan execrable atentado y en defensa de nuestro monarca decretamos:
Art. único. Toda persona de toda clase, edad y condición, inclusos los dos sexos, que se adhiriese o mezclase por hechos, sediciones o comunicaciones en favor del Consejo central, negando la obediencia al Rey, será castigado con la pena del delito de lesa majestad.

Privadamente Montúfar y Morales se dirigieron respectivamente a Jacinto Bejarano, comandante de un cuerpo de milicias de Guayaquil, y Vicente Rocafuerte, sobrino de Bejarano, incitándolos a que se apoderasen del gobernador y de esa plaza. El gobernador Cucalón fue informado oportunamente de estas cartas, rodeó de soldados la casa en que vivían tío y sobrino, y fueron apresados. 

Los coroneles Miguel Tacón, Melchor Aimerich y Bartolomé Cucalón, gobernadores de Popayán, Cuenca y Guayaquil respectivamente, instruidos ya menudamente de los sucesos de Quito, se prepararon contra la revolución, y concertaron con actividad los medios de sofocarla sin dar lugar a que tomara cuerpo.

La Junta entra en crisis[]

Fuera de los oficios y cartas particulares que dirigieron los miembros de la Junta, despacharon también comisionados a las provincias con el mismo fin de que influyeran en sus poblaciones, y las resolvieran a decidirse por la causa de la revolución. Pedro Calisto y el doctor Murgueitio fueron designados para Cuenca; Fernández Salvador y el marqués de Villa Orellana fueron destinados para Guayaquil; y finalmente, Manuel Zambrano para Popayán. Nada pudo obtenerse con ésta movida, pues movidos por los gobernadores que se habían declarado contra Quito, los comisionados mismos no eran tampoco hombres de actividad, maña y energía para que pudieran obrar, con provecho. 

Pedro Calisto fue, sin que lo advirtiese Murgueitio, predicando ardientemente contra la revolución y restableciendo el partido realista de las ciudades de Latacunga, Ambato, Riobamba y más pueblos del tránsito que habían abrazado la proclamación del 10 de agosto. Tan ingrato y perjudicial fue Calisto para la causa, que dirigió desde Alausí una comunicación al gobernador cuencano Aymerich, en la que informaba la opinión de los pueblos que había visitado y la flaqueza y mal estado del gobierno revolucionario, aconsejándole que moviese inmediatamente sus fuerzas contra Quito. El pliego fue interceptado por una partida de soldados que vigilaba sobre los caminos, y el traidor fue preso en la ciudad de Riobamba. 

El Virrey de Santa Fe, don Antonio Amar y Borbón, reunió una junta de notables para tratar el tema de la revolución quiteña. El partido español solicitaba por la destrucción de la Junta de Quito, apelando a la fuerza en caso necesario; el partido americano discutió los principios e historia de la revolución española, demostrando que la de Quito era justa, que no se le debía hacer la guerra y que en Bogotá también debía erigirse una junta formada por diputados de cada una de las provincias, elegidos por la libre voluntad de los pueblos. La junta de notables se disolvió sin haber acordado nada, e instruido el virrey de la opinión de los americanos, tomó sus medidas para impedir una revolución. Determinó oponerse vigorosamente a Quito, hacia donde envió trecientos fusileros al mando del teniente coronel español José Dupré; ordenando también que obrara activamente el gobernador de Popayán, Tacón.

Privadamente el presidente Montúfar escribió una carta al Gobierno británico, solicitándo ayuda con armas, municiones y, de ser posible, soldados. El comunicado, que estaba dirigido a la corte de San James y el augusto señor de los mares, el monarca inglés, partió hacia el puerto de Esmeraldas con la orden de ser entregado al primer barco anglosajón que pase por la costa, hecho que nunca llegó a suceder.

Angustiados, los patriotas entraron en rabia por el mal éxito de las comisiones, la respuesta del virrey Amar y la infidencia de tantos de sus compatriotas. El 6 de octubre desalojaron al conde Ruiz de Castilla del palacio para ocuparlo, y lo confinaron en una hacienda del cercano valle de Iñaquito, al igual que hicieron con otros leales a la corona hispana en diversos puntos. A causa de estas providencias, algunos intentaron asesinar a los confinados la noche del 13, como tal vez hubiera sucedido a no ser por la interposición del obispo Cuero y Caicedo.

La caída de la Junta[]

La Junta activó la organización de la falange de tres mil hombres, resuelta en medio de su aislamiento a sostener la causa quiteña. La mayor parte de este ejército constaba de soldados armados únicamente con lanzas y muy pocos fusiles, con Francisco Javier de Ascázubi a la cabeza se les ordenó partir hacia el norte a contener la agresión que se planeaba desde Popayán. Posteriormente se dividieron las fuerzas, dando la mitad a Manuel Zambrano, quien después de haber ocupado Pasto fue detenido en el río Guáitara por el coronel Gregorio Angulo, que mandó a destruir el puente. Ascázubi fue derrotado por Nieto Polo en Sapuyes y hecho prisionero. Así, la expedición al norte causó el inicio de una fuerte debacle en la opinión pública y en el de las tropas que aún quedaban.

La noticia de las tropas que venían de Guayaquil, Cuenca y Lima puso en jaque a la Junta. Así, poco a poco Quito empezaba a sentir la presión de los ejércitos realistas sobre sus hombros, desde el norte los contingentes de Panamá, Bogotá, Popayán, Pasto y Barbacoas; y desde el Sur los de Lima, Guayaquil y Cuenca. En Cuenca y Guayaquil, los gobernadores Melchor de Aymerich y Bartolomé Cucalón y Sotomayor respectivamente, adoptaron severas medidas de represalia para asfixiar económicamente a los quiteños.

Esto dejaba a Quito en una difícil situación, asediada por las fuerzas realistas, sin sal, sin armas suficientes y sin pertrechos. Finalmente, aislada, debilitada y bloqueada, el 24 de octubre de 1809 la Junta no tuvo otra opción que devolver el mando al Conde Ruiz de Castilla, negociando con él que no se tomarían represalias y permitiendo el ingreso a la ciudad sin resistir de las tropas de Lima y Bogotá.

Masacre del 2 de agosto de 1810[]

Artículo principal: Motín del 2 de agosto de 1810
El viejo Conde Ruiz de Castilla retornó al Palacio Real el 25 de octubre de 1809, entre los vítores de sus simpatizantes. En la cercana Ambato, el ejército de Melchor de Aymerich, con 2200 soldados se preparaba para ingresar a la ciudad, pero el Conde le ordenó retornar con su ejército a Cuenca, mientras esperaba la llegada de 700 hombres procedentes de Guayaquil, al mando de Manuel de Arredondo. En total, los españoles tenían una fuerza militar de 3500 hombres sitiando Quito, por lo que Ruiz de Castilla simplemente disolvió la Junta, y restableció solemnemente la Real Audiencia.

Luego persiguió y encarceló a algunos de los cabecillas del 10 de agosto, obligando a los otros miembros a huir y esconderse. Con la ciudad ocupada por el Ejército colonial de Arredondo, Ruiz de Castilla ordenó a la Audiencia el inicio de procesos penales contra todos los patriotas, que fueron detenidos en su mayoría, al menos los que no tenían títulos nobiliarios.

El 2 de agosto de 1810, se produjo un motín popular, conocido como Motín del 2 de agosto de 1810 con la intención de liberar a los presos. Tras el motín estuvieron Juan de Dios Morales y Juan de Salinas, otros, como Juan Rodríguez de Quiroga, desconocieron del intento, por lo que sus hijas que lo visitaban se vieron envueltas en la refriega.

Los quiteños atacaron dos cuarteles: el Presidio, donde estaban detenidos los presos de menor importancia y que eran la mayoría; y el del Real de Lima, donde estaban los dirigentes. Los soldados del Real de Lima respondieron asesinando a los presos en los calabozos del piso alto, y luego salieron a la calle a enfrentarse con la turba. Durante la tarde, se produjeron choques en los barrios de San Blas, San Sebastián y San Roque, mientras los soldados saqueaban las casas más ricas del centro. Entre 200 y 300 muertos y por los menos medio millón de pesos en pérdidas dejó la criminal represalia ordenada por Ruiz de Castilla y Arredondo.

Segunda Junta de Gobierno[]

Artículo principal: Segunda Junta de Gobierno de Quito
Tras una travesía de cuatro meses desde España, el 9 de septiembre de 1810 entró en la ciudad de Quito el coronel Carlos de Montúfar, en su calidad de Comisionado de la Regencia de la Junta Suprema Central de Sevilla, recibido con honores por el Conde Ruiz de Castilla pero con algo de recelo por el resto de autoridades españolas, que veían descontentas el hecho por tratarse del hijo del Marqués de Selva Alegre, quien había presidido la Junta de Gobierno independentista el año anterior.​

Carlos de Montúfar llegó en circunstancias en que gobernantes y gobernados se miraban, más que con desconfianza, con odio; y en las de que el Presidente de la Audiencia todavía conservaba mil hombres de guarnición, y esperando que llegaran las tropas que había solicitado a los gobernadores de Cuenca y Guayaquil.

Tan pronto arribó, el joven Montúfar decidió convocar una nueva Junta a la que se denominaría de Gobierno, y que estaría presidida por un triunvirado conformado por él mismo, el Conde Ruiz de Castilla y el obispo de Quito, José de Cuero y Caicedo. Más tarde Ruiz de Castilla sería depuesto, no sin antes obligarlo a dar la orden de retirada a las tropas de otras provincias que aún permanecían en la ciudad, aunque procurando que dejaran algo de armamento.

Entre el 22 y el 25 de septiembre se realizaron diferentes reuniones en la Sala Capitular del Convento de San Agustín, en la misma se nombraron los miembros y representantes de la ciudad a la Junta Superior de Gobierno.​ Se eligió un Diputado por cada cabildo de la Real Audiencia, dos representantes del clero y uno de cada barrio importante de la ciudad de Quito, escogidos estos últimos por el método de electores.

Así, el 25 de septiembre de 1810 se estructuró el gobierno de Quito, plasmado en la definición de los tres poderes: Ejecutivo, Legislativo, y Judicial. El poder Ejecutivo estuvo presidido nuevamente por Juan Pío de Montúfar, e integrado por Pedro Quiñones Cienfuegos, Calixto Miranda, Ignacio Ortiz de Ceballos y Jacinto Sánchez de Orellana. El poder Legislativo estuvo regido por Antonio Tejada, el provisor Manuel Caicedo, Luis Quijano, José Salvador, Miguel Suárez y José Ascázubi. Finalmente, el poder Judicial estuvo conformado por Javier Gutiérrez, Juan José Mena y Luis González. Con la conformación e instalación de la Junta Superior de Gobierno de Quito se establecieron las bases para organizar política de la provincia.

Una de las primeras decisiones de la Junta fue declarar la amnistía a los sucesos acaecidos en agosto de 1809, permitiendo el regreso de quienes habían huido. Se restableció las tropas juntistas, dotándolas del armamento que habían logrado retener de las tropas panameñas y limeñas que se habían retirado previamente.

Al conocer dichas decisiones, el virrey peruano José Fernando de Abascal comenzó a sospechar de los verdaderos deseos de Carlos de Montúfar, y detuvo el embarque de aprovisionamiento al Cuartel de Quito, sosteniéndole en Guayaquil bajo la excusa de dificultades de transporte. De la misma manera se detuvo en Guaranda a las tropas limeñas comandadas por el general Arredondo, bajo la premisa de que no existía alojamiento ni víveres en el puerto para el momento de su llegada y embarco de regreso, manteniéndolos en caso de ser necesarios.

Utilizando su calidad de Comisionado de la Regencia, Carlos de Montúfar envió comunicaciones para ser recibido en las gobernaciones de Guayaquil y Cuenca, pero las autoridades de estas se negaron a recibirlo. De hecho, la de Guayaquil se había declarado separada de la Provincia de Quito y del Virreinato de Nueva Granada, para ligarse al Virreinato del Perú. Por este mismo motivo sería el virrey peruano Abascal quien le contestaría: «(...) desconociéndole como Comisionado del Rey, pues no he recibido ninguna comunicación al respecto. Y aún en el supuesto de que fuere tal Comisionado no se puede extender demasiado las facultades que se la ha concedido, hasta el extremo de dictar leyes y organizar Juntas que turban la paz y tranquilidad de estos pueblos».

Para ejercer la misión a él encomendada por la Junta Suprema Central, y conocer con certeza la posición del pueblo guayaquileño, el 20 de septiembre Montúfar envió una carta dirigida al Ayuntamiento de la ciudad en la que explicaba su cargo y desconocía de su parte la arbitraria y abusiva separación que de esa Gobernación había hecho el Virrey de Perú, sin disposición especial del Virreinato de Nueva Granada, a cuya jurisdicción pertenecía. Ocho días después dirige nuevamente una carta a nombre de la Junta de Gobierno firmada por él mismo y el Conde Ruiz de Castilla, solicitando la designación de los representantes de Guayaquil para su conformación, electos mediante convocatoria de los cuerpos y nobleza.

El Ayuntamiento de Guayaquil, en sesión celebrada el 28 de septiembre con presencia de Francisco Gil, Vicente Rocafuerte y Francisco Javier Paredes, conoce la carta de Montúfar y sus intenciones de visitar la ciudad; a la que responde: «(...) respecto de esta Provincia, está quieta y tranquila, sin necesidad de otras reformas y disposiciones que las que ha tomado el excelentísimo señor Virrey del Perú (...) y respecto de que este Cabildo no puede hacer nada que no sea conforme a lo que el el referido excelentísimo señor tenga bien en disponer en este asunto, detenga su viaje».

De igual manera la Junta de Gobierno quiteña recibió respuestas negativas del Ayuntamiento de Cuenca; quedando relegada a los territorios de Quito, Ibarra, Otavalo, Esmeraldas, Latacunga, Ambato y Riobamba. Por su parte, el Virrey peruano nombró como nuevo presidente de la Real Audiencia a Joaquín de Molina, que tras su llegada a Guayaquil el 7 de noviembre, subió hacia Guaranda y desde allí comenzó a organizar la ofensiva contra los rebeldes.

Campaña del Sur[]

Para finales del año 1810, el presidente Joaquín de Molina ordenó detener la marcha a las tropas limeñas y panameñas que habían salido de Quito tras la orden del Conde Ruiz de Castilla, y que se encontraban en tránsito hacia sus territorios. Estas se establecieron en Guaranda al mando del general Manuel de Arredondo, junto a un pequeño contingente guayaquileño dispuesto por el gobernador Francisco Gil para acompañar al Presidente en su campaña para retomar Quito.

Tras recibir la negativa a sus emisarios para que las tropas acantonadas en Guaranda se retiraran, el coronel Montúfar resolvió tomar el mando de la tropa de 1.500 efectivos que se había concentrado en Riobamba y que estaba del lado de la Junta quiteña, comandado por el capitán Francisco de García-Calderón. El ejército quitense consistía en un batallón con 7 compañías de 800 hombres, siete batallones de dragones con 300 soldados, una compañía de artillería con 100 hombres, y otra de milicias con 300 jinetes de pistola y lanza al mando de los comandantes Joaquín Zaldumbide (riobambeño) y Marcos Guillén (guayaquileño). A ellos se sumaron mil indios provistos con hondas.

Las semanas siguientes el ejército patriota se moviliza entre Ambato y Riobamba, consolidando su control sobre el territorio de la Sierra central. Mientras tanto, el presidente Molina, quien no tenía idea de que las tropas de la Junta de Gobierno eran más numerosas y estaban bien provistas, ordenó a su ejército atacarlas mientras él viajaba a Cuenca para establecer el Gobierno virreinal junto al gobernador de esa provincia, Melchor de Aymerich.

El 10 de enero de 1811 ambos ejércitos se enfrentaron por primera vez en el Combate de Guaranda, pero cuando los virreinales se vieron superados decidieron huir desordenadamente hacia la Costa, dejando en la ciudad municiones, equipaje y cuarenta mil pesos que pertenecían al rico comerciante Simón Sáenz de Vergara, que sirvieron para pagar a la tropa juntista.

Montúfar, dispuesto a no darles tregua, los persigue en su retirada y los vuelve a enfrentar el 16 de enero en la Batalla de Alausí, donde ganan una vez más y provocan la huida de Arredondo hacia Naranjal para esperar al ejército cuencano. Sin embargo, muchos de sus oficiales y tropa continuaron escapando hacia Guayaquil para embarcarse en lo que pudieron y regresar a Lima o Panamá, dejando al destacamento con muy pocos hombres.

En Cuenca, el presidente Molina ordena al gobernador Aymerich ponerse al frente de las tropas y marchar hacia Cañar para frenar el avance del ejército de Montúfar. Según informe del 11 de febrero, provisto por el capitán Antonio García de Tréllez, el ejército virreinal contaba entonces con 582 soldados bien provistos, y una fuerza indígena de 2260 hombres menos preparados y armados. Estos se encontraban divididos de la siguiente forma:

  • 93 hombres de caballería en Azogues
  • 90 hombres al mando de Francisco Dávila
  • 76 hombres al mando de Baltasar Polo
  • 76 hombres al mando de Antonio Serrano
  • 115 hombres al mando de Ignacio Valladares
  • 79 hombres al mando de Francisco Carrasco
  • 129 hombres al mando de Ignacio Rodríguez 129 hombres
  • 1137 indios honderos al mando del sargento Vásquez Prieto Araujo y otros mandones de

Chuquipata

  • una compañía de 1123 hombres compuesta por fusileros, lanceros blancos sueltos e indios honderos

El 17 de febrero se produce el Combate de Paredones, en el que un grupo de 500 efectivos quitenses atacó a una avanzada virreinal de 180 soldados prontamente socorridos por 200 adicionales que fueron enviados a toda prisa por Aymerich. Pero cuando las tropas quitenses sumaron 150 soldados más y habían tomado 50 prisioneros, los españoles se replegaron a Cañar y luego a Caspicorral.

En su retirada los virreinales se refugian en Cuenca mientras los quitenses se ubicaron en Caspicorral, desde donde propusieron la rendición a sus adversarios, que no aceptaron pese a que la gran mayoría de ciudadanos cuencanos sentía simpatía por la Junta y las acciones adoptadas por Montúfar. No obstante, ante el posible ataque un gran número de cuencanos evacuo la ciudad, incluido el obispo Andrés Quintián de Ponte, quien se dirigió a Guayaquil.

Acto seguido, al no tener el respaldo suficiente para defender Cuenca y con su autoridad debilitada, el presidente Joaquín de Molina presentó la renuncia irrevocable y abandonó de inmediato la ciudad con rumbo a Lima, manifestando en el documento que lo hacía para que la Gobernación recibiera en paz a sus hermanos, es decir a los quiteños.

Entre tanto Montúfar, que permanecía en las cercanías a punto de replegarse hacia Cañar para volver a Quito debido a las dificultades del clima y la falta de pertrechos, recibió con sorpresa la noticia de la renuncia de Molina y la invitación del Cabildo a ingresar en la ciudad, por lo que se lanzó arriesgadamente a tomarla (este es el Punto de Divergencia de la historia alternativa). El 21 de febrero se produjo el Combate de Cuenca, un pequeño enfrentamiento contra las tropas leales a Aymerich, que tras la deserción de 800 de sus milicianos, huyó con algunos de sus hombres hacia Naranjal, donde se reagrupó con Arredondo a la espera de ayuda del Virrey peruano.

Montúfar dejó al capitán García-Calderón al frente de los asuntos políticos y militares de Cuenca, y regresó a Quito para mediados del mes de marzo. Allí se encontró con el conflicto que existía entre sanchistas y montufaristas, partidarios del Marqués de Villa Orellana y del de Selva Alegre respectivamente. Los primeros comenzaban a propugnar los ideales de una independencia total, mientras que los segundos proponían mantenerse dentro de la nación española, pero con un mayor nivel de autonomía.

Campaña del Norte[]

Alentados por los contundentes triunfos del ejército quitense en el sur, a mediados de 1811 la Junta de Gobierno envió hacia el norte una fuerza militar liderada por el capitán Pedro de Montúfar, acantonado en Tulcán, con la orden de Tomar Barbacoas y Pasto. El 16 de julio tomaban la primera casi sin resistencia y oficiaban un Cabildo abierto en el que, además, incorporaba la isla de Tumaco y su puerto, buscando suplir con él la falta que hacía Guayaquil.

Pasto, en cambio, fue tomada el 11 de septiembre, convirtiéndose en el bastión militar más importante del norte, desde donde debieron repeler los intentos de anexión de la Confederación del Cauca.​

Estado de Quito[]

Para el 9 de octubre de 1811, la Junta de Gobierno volvió a declarar desobediencia al virrey de la Nueva Granada, reivindicando los valores de la Junta de 1809; es decir conformándose como un territorio autónomo en el campo militar, y una mayor independencia en temas políticos y fiscales, pero aún como una provincia constituyente del Reino de España y reconociendo a Fernando VII como su monarca, representado por la misma Junta hasta que volviera a ocupar el trono.

Como reconocimiento a la colaboración de los riobambeños con los ejércitos, el 11 de noviembre la Junta de Gobierno le concede a Riobamba el tan ansiado título de ciudad y al territorio circundante el grado de Gobernación. El 16 del mes siguiente una Asamblea de vecinos elige como primer gobernador a Juan Bernardo de León, que fue inmediatamente confirmado por el Congreso del Estado de Quito.

Para entonces el Virrey de Perú ya había despachado nuevas tropas al mando del general Toribio Montes, que además recibió el nombramiento como nuevo presidente de la Real Audiencia de Quito en reemplazo de Molina. Cuando en la ciudad de Quito se conoció sobre el contingente realista que estaba por llegar a Guayaquil, los ánimos de los diputados de la Junta se exacerbaron y el 10 de diciembre el Conde Ruiz de Castilla fue obligado a renunciar a la presidencia de la Junta, siendo sustituido por el obispo José de Cuero y Caicedo, partidario de la tesis independentista de los sanchistas.

Al día siguiente, el 11 de diciembre, se convocó a la elección de representantes para el Congreso de los Pueblos, que comenzó sus reuniones entre el 8 de enero y el 14 de febrero de 1812, en el ahora Palacio de Gobierno. Participaron doce diputados representantes de Pasto, Barbacoas, Ibarra, Otavalo, Quito, Latacunga, Ambato, Guaranda, Riobamba, Cuenca, Loja y Zaruma. Además, hubo tres representantes de la iglesia, uno por el Cabildo eclesiástico, uno del clero regular y otro del clero secular; así como un diputado de la alta nobleza y otro de la baja nobleza.

El resultado de este Congreso de mayoría sanchista fue la redacción y promulgación de la Constitución del Estado de Quito, que sancionada el 15 de febrero, establecía una forma de Gobierno republicana dentro de la monarquía hispánica, con división de poderes y que prorrogaba a los diputados como miembros de la primera legislatura por un periodo de dos años, empezando el 1 de marzo y con un periodo de reuniones de tres meses.

Desde su inicio el Congreso buscó mermar el poder de la familia Montúfar, por lo que hizo llamar al capitán sanchista Francisco de García-Calderón y lo elevaron al grado de general de los Ejérictos, con lo que se convertía en la máxima autoridad militar. Por su parte, a Carlos de Montúfar lo ascendieron a general de división asignado a la defensa del Sur (Cuenca) en reemplazo de García-Calderón, logrando así que su fuerte figura se aleje de la política en la capital.

A Pedro de Montúfar lo elevaron también al grado de general de división, manteniéndolo al frente de las tropas en el norte (Pasto). Al Marqués de Selva Alegre, en cambio, lo eligieron como vicepresidente del Congreso, convenientemente dejado por debajo del Marqués de Villa Orellana.

Campaña de la Costa[]

Mientras esto sucedía en Quito, en la Costa llegaban las tropas enviadas por el virrey peruano José Fernando de Abascal y Souza, compuestas por soldados de infantería y artillería comandados por el coronel Antonio María del Valle, que se agruparon en Naranjal con las mermadas fuerzas de Melchor de Aymerich y Manuel de Arredondo.

El 1 de abril de 1812 el ahora general Francisco de García-Calderón sale de Quito con un ejército de 500 soldados que aumentaron a 700 mientras recorría las ciudades andinas, sumándose números importantes en Latacunga, Ambato y Guaranda. El 10 de junio llegaron a Cuenca, donde estaban acantonados 1.700 hombres al mando del general Montúfar.

Unos días más tarde partieron 1.500 hombres hacia Naranjal, divididos en tres batallones comandados por el coronel Feliciano Checa, el sargento Manuel Aguilar y el propio general García Calderón. El 24 de junio tuvieron el primer encuentro con fuerzas virreinales que se encontraban organizadas en las elevaciones de Molleturo, apoyadas de gran cantidad de indígenas que hicieron rodar piedras sobre las huestes patriotas. Con el empleo vigoroso de la caballería quitense, los realistas acabaron replegándose nuevamente hacia Naranjal en desbandada.

El 12 de julio los quitenses atacaban nuevamente a los poco menos de mil efectivos virreinales en la Batalla de Naranjal, considerada uno de los mayores triunfos de los patriotas pues les permitió el control de la Costa sur, Machala y parte del Golfo de Guayaquil. Tras vencer lograron tomar preso al general Arredondo, pero Aymerich y al menos 700 de sus hombres huyeron una vez más. García-Calderón decidió establecer en Naranjal su centro de operaciones militares, descansando junto a sus hombres en lugar de avanzar directamente para tomar el puerto guayaquileño.

El 21 de julio llegó sorpresivamente a Guayaquil un nuevo contingente de 397 soladados virreinales comandados por el general Toribio Montes, que además había sido nombrado presidente de la Real Audiencia por el Virrey de Perú. Junto a él desembarcaba también el hábil coronel Juan Sámano, que llegaba huyendo de Santafe tras la destitución del virrey neogranadino Antonio de Amar y Borbón por parte de la Junta de Gobierno que también se había formado en esa ciudad.

Al conocer el escenario bélico Montes decidió hacer de Guayaquil su bastión de operaciones, decidido a proteger la ciudad que consideraba vital para ahogar económicamente a la rebelión quitense. Ordenó que a sus 397 soldados veteranos llegados con él desde Lima se unieran los 700 hombres del ejército cuencano de Aymerich, igual que las milicias guayaquileñas compuestas por 418 soldados, logrando así un nada despreciable ejército de 1.515 hombres, a los que se sumaron cerca de mil indios en calidad de porteadores.

Montes ordenó que Melchor de Aymerich se pusiera al frente de las tropas frescas que habían llegado de Lima, haciéndolo su segundo al mando, mientras que a Sámano lo puso a comandar las fuerzas que habían llegado huyendo desde Naranjal. Desde un inicio se hizo evidente los desacuerdos entre Montes y Aymerich, pues el primero pensaba en una campaña de reconquista lo más pacífica posible, mientras que el segundo estaba embebido de venganza por las derrotas que le habían infringido.

Ante la noticia de la llegada de Montes y Sámano, el Congreso quitense envió un mensaje de desaprobación a García-Calderón por no haber tomado Guayaquil de manera inmediata y así haber frenado el desembarco de ambos, lo que ahora complicaba el panorama. Al mismo tiempo ordenaba al general Montúfar dirigirse hacia Guaranda para detener el avance de las tropas realistas que habían tomado aquella vía para evitar Naranjal y entrar directamente en la Sierra central.

Al mando de 1.200 hombres entre cuencanos, riobambeños y ambateños que se le unieron en el camino, Montúfar no logró llegar a la ciudad a tiempo, pero interceptó a Aymerich el 2 de septiembre en la Batalla de Mocha, cerca de Ambato, obligándolo a replegarse a Guaranda. Allí recibió al coronel Checa con mil hombres adicionales que habían estado en Naranjal, pasando a asediar al ejército realista por varios días.

Pese a estar en contra, Aymerich siguió la orden de Montes de retroceder nuevamente hacia Bodegas (actual Babahoyo), donde tuvo lugar el combate final en la Batalla de Aguas el 12 de noviembre, en la que Montúfar capturó a Arredondo y lo juzgó insitu, condenándole a la horca por sus crímenes contra los quiteños el 2 de agosto de 1810. La aplastante victoria de Montúfar hizo que Aymerich y Sámano se replegaran con menos de la mitad de sus hombres hacia Guayaquil, donde se encontrarían con la desaprobación del presidente Montes.

Montúfar había recuperado la confianza del Congreso y el pueblo quitenses, pues se alzaba como el vencedor final sobre los realistas y el vengador de la masacre que estos habían cometido en 1810, por lo que fue nombrado nuevamente general de los Ejérictos quitenses. Por su parte, García-Calderón recibió órdenes de no ingresar en Guayaquil hasta que lo hiciera Montúfar, lo que significaba la pérdida de su gloria y la degradación a general de división.

Campaña de Guayaquil[]

Tras los desconcertantes hechos sucedidos con el ejército virreinal, en Guayaquil el gobernador Francisco Gil y el presidente Toribio Montes esperaban impacientemente un nuevo contingente de soldados provenientes de Lima, pues sabían bien que en las condiciones en las que habían quedado, la ciudad no resistiría un ataque de los quitenses, quienes habían hecho de Bodegas (Babahoyo) su nuevo centro de operaciones militares.

Por su parte las tropas quitenses, conocedoras de la ventaja numérica que tenían y al haberse quedado una vez más con gran parte del armamento realista, se dispusieron a asaltar Guayaquil para incorporarla al territorio. Sin embargo, con todo planificado para iniciar la marcha en los primero días de enero de 1813, Carlos de Montúfar detuvo el avance para darle un último intento a la vía diplomática.

Desde finales de diciembre de 1812 Jacinto Bejarano había estado escribiéndose con el líder quitense para contarle sobre la situación del puerto y cómo podría ser liberado sin intervención militar, Montúfar decidió confiar en sus planes no sólo debido a que podía someter la ciudad fácilmente en cualquier momento, sino debido al apoyo que el guayaquileño había mostrado en 1809 a la Primera Junta.

Bejarano se encargó de convencer a los hombres más importantes de la ciudad con argumentos sobre los intereses comerciales que podría traerles el sumarse al Estado de Quito, sobre todo el de poder exportar de manera directa con nuevos socios como lo hacían Lima o Buenos Aires, y no sólo con la Metrópoli como les obligaba las leyes españolas hasta ese momento. Así, los complotados se reunieron el 12 de enero en la casa de José de Villamil para trazar los pasos a seguir, siendo el más importante el de convencer a la mermada tropa de plegar a su movimiento.

La mañana del 16 de enero se presentaron en casa de Bejarano los generales de granaderos y milicias, que convencidos por Villamil y el joven oficial Francisco de Paula Lavayén, aseguraban el triunfo de la revuelta guayaquileña que tan necesaria era en los planes de Montúfar. Esa misma noche Bejarano fue el encargado de comunicarle al gobernador Gil que había sido destituido de su cargo, que ahora sería ocupado por Villamil.

Montúfar ingresó en la ciudad la tarde del 8 de febrero, tomando posesión de la gobernación en nombre del Estado de Quito. Se entrevistó con el general Montes, permitiendo que los virreinales abordaran un barco con rumbo a Lima, incluidos él y el depuesto gobernador Gil. Tras tomar posesión del puerto, decidió permanecer en la ciudad hasta mediados de abril para repeler los ataques de los barcos enviados desde Lima, para lo cual encargó a Villamil la construcción de una pequeña Armada.

La zona norte, correspondiente a la actual Manabí, fue anexada casi de manera pacífica por el gereral García-Calderón, gracias al apoyo de los caciques Vicente Jalca de Jipijapa, Santiago Lucas de Montecristi y Manuel Soledispa de La Canoa. El delicado estado de salud del presidente Cuero y Caicedo hizo que Montúfar tuviera que regresar de manera urgente a Quito, convocado por el Congreso, por lo que ascendió a Bejarano de coronel a general de la División de la Costa.

La presidencia de Montúfar[]

Carlos de Montúfar llegó a la ciudad de Quito el 6 de mayo de 1813 e inmediatamente fue propuesto por los montufaristas como candidato a la presidencia del Estado, por otra parte los sanchistas propusieron al Marqués de Villa Orellana, hasta entonces presidente del Congreso. Una tercera candidatura, promovida por los diputados recién llegados de Guayaquil y Puerto Viejo, fue la de Jacinto Bejarano.

La elección se llevó a cabo en el seno del Congreso el 10 de mayo, en la que resultó ganador Montúfar con diez votos de los 19 diputados presentes; Sánchez de Orellana obtuvo siete y Bejarano dos. Los sanchistas apelaron la elección con el argumento de que el cargo de Presidente era incompatible con el de jefe de los Ejérictos, pero en la sesión del día siguiente se acordó por doce votos que no tenía precedente y podía ocupar ambos cargos.

La tarde del 11 de mayo Montúfar juramentó como presidente del Estado, e inmediatamente se puso al frente del Gobierno con la promesa de defender la integridad del territorio quitense. El ex presidente Cuero y Caicedo se retiró a la Hacienda de Chillo Compañía, propiedad del Marqués de Selva Alegre, donde falleció el 10 de diciembre de 1815.

Las primeras acciones de Montúfar estuvieron encaminadas a proteger las fronteras norte y sur, así como a apagar los focos virreinales de Pasto, Guayaquil y Loja, labor llevada a cabo por los generales García-Calderón, Bejarano y Ante respectivamente. Para garantizar la lealtad del Ejército se priorizó el pago de salarios a la tropa y en segundo lugar a los oficiales; así mismo se puso énfasis en el entrenamiento de los soldados recién enlistados.

En lo administrativo nombró a sus secretarios: el coronel Feliciano Checa en Guerra, el Marqués de Solanda en Hacienda, el doctor Salvador Murgüeitio en Gracia y Justicia, y el doctor Luis Quijano como su secretario particular. Solicitó al Congreso que realizara la división territorial del país, para después nombrar gobernadores a José de Villamil en Guayaquil, Manuel de Larrea y Jijón en Pasto, a Juan Bernardo de León en Riobamba, al general Ramón Chiriboga en Cuenca y a su hermano Javier de Montúfar en Puerto Viejo.

El 8 de julio propuso al Congreso la creación de dos condecoraciones para los ámbitos civil y militar, de las cuales sólo fue aprobada una: la Orden de los Andes, destinada a reconocer los logros y servicios al Estado quitense en el campo militar. Para los reconocimientos civiles se restauró la Orden de San Lorenzo, que había sido creada por la Junta de Gobierno de 1809.

En agosto presentó al Congreso la Ley de libertad de Prensa, que permitía a los quitenses publicar periódicos y libros, aprobada casi de manera unánime e inmediata. Así volvió a ver la luz "Primicias de la Cultura" en Quito, dirigido por Nicolás de la Peña y Manuela Espejo, además de "El Centinela" de Riobamba, "El Heraldo" de Cuenca o "La Estrella del Puerto" de Guayaquil.

Independencia[]

El asunto de las Cortes de Cádiz[]

Artículo principal: Cortes de Cádiz
La Asamblea popular formada en 1810 en Cádiz para reinar a nombre del rey Fernando VII, que había abdicado la corona tras la invasión napoleónica, promulgó la Constitución española de 1812 en la que las colonias americanas y sus habitantes tenían igualdad de derechos que las provincias europeas del Reino. Estos principios fueron aplicados por Carlos de Montúfar en el territorio quitense, y trajeron por primera vez bienestar e igualdad a esa provincia americana.

El 11 de diciembre de 1813, y tras la Guerra de Independencia española, Fernando VII fue restablecido en el trono por Napoleón, regresó a España en marzo de 1814, desconociendo las acciones de las Cortes de Cádiz, que consideraba como una revolución que mermaba su poder.

El Rey contaba con el apoyo de altos mandos militares, de funcionarios de las instituciones liquidadas por los liberales y de buena parte de la jerarquía eclesiástica. Tenía, también, la connivencia de casi un centenar de diputados absolutista que reclamaron en un texto conocido como el Manifiesto de los Persas la supresión de las Cortes y el retorno al Antiguo Régimen, lo que sucedió finalmente.

Amparado en la fuerza y en dicho manifiesto, el 4 de mayo de 1814 el Rey suspendió la Constitución, disolvió las Cortes, derogó su obra legislativa y persiguió a los liberales, que fueron encarcelados, o hubieron de partir hacia el exilio. Cuando estas noticias llegaron a las provincias americanas, en particular aquellas que habían logrado la autonomía como Quito y Nueva Granada, se inició un irreversible proceso de independencia, pues no estaban dispuestas a renunciar a los derechos que habían ganado.

Independencia definitiva de Quito[]

Las noticias de la Restauración del absolutismo español llegaron a Quito los primeros días de agosto de 1814, con la orden de desconocer el Gobierno que se había conformado, así como todas sus disposiciones y también a sus autoridades. El presidente Montúfar convocó de forma urgente al Congreso para que discutiera sobre los pasos a seguir para la restauración, pero los diputados (que se instalaron el 8 de septiembre) se mostraron en su mayoría renuentes a volver al antiguo régimen y perder los privilegios y derechos que habían logrado y ya estaban viviendo.

Encontrándose en iguales circunstancias que los quitenses, las Provincias Unidas de Nueva Granada habían declarado su Independencia el 21 de septiembre, desconociendo cualquier vínculo con la corona española y las resoluciones adoptadas por Fernando VII, exhortando a otras provincias americanas a hacer lo mismo. Enterados de esta decisión, los diputados del Congreso de Quito declararon su adhesión y proclamaron su propia Independencia el 5 de octubre, encargando el mando al ya en funciones general Montúfar.

El pueblo recibió con júbilo la noticia, pues las ideas libertarias se habían propagado con rapidez gracias a las publicaciones periodísticas y políticas que se habían permitido desde mediados de 1813. Los mismos Cabildos de las ciudades y villas financiaron celebraciones públicas tras irse adhiriendo a la proclama independentista del Congreso. La última ciudad en reconocer la Independencia fue Pasto, el foco realista más difícil de apagar del territorio, pero finalmente se manifestó a favor casi un mes más tarde, el 19 de septiembre.

Al enterarse de los acontecimientos, el Virreinato del Perú volvió a enviar tropas para intentar atacar Quito y Nueva Granda, pero fueron bastante bien repelidas por el Ejército quitense, comandado por el general Francisco de García-Calderón, que con sus triunfos recuperó el favor del Gobierno, incluido Montúfar. De hecho, algunas inserciones en territorio peruano demostraron que las tropas patriotas se habían constituido en una verdadera amenaza para los realistas del sur.

Adopción del sistema monárquico[]

Una vez declarada la Independencia, los diputados del partido montufarista comenzaron a propagar la idea de que el país necesitaba un sustituto del Rey español, pero de origen local y que conociera de primera mano las necesidades del pueblo quitense, considerando al presidente Carlos de Montúfar como la mejor opción. Los sanchistas, por su parte, propugnaban los ideales de una República presidencialista.

En esta segunda legislatura los montufaristas habían conseguido la mayor parte de escaños del Congreso, sobre todo gracias al buen Gobierno que Montúfar había hecho desde que asumió el mando en 1813. Este mismo liderazgo demostrado por el Presidente hacía que los ciudadanos comenzaran a apoyar la idea de convertirlo en su Rey, sin embargo la separación de las facciones en el legislativo se hacía cada vez más evidente, y la pugna subía su tono a medida que el apoyo a la monarquía se hacía más grande entre la gente.

En un intento de desprestigiar su imagen, durante todo el mes de octubre los sanchistas comenzaron a atacar a Montúfar por su romance con María Ontaneda y Larraín, una mujer casada pero separada de su marido, aunque esto no causó el efecto esperado pues el pueblo hizo caso omiso del asunto. Semanas más tarde los montufaristas acusaban a los sanchistas de traidores, pues el 16 de noviembre había sido interceptada una carta del Marqués de Villa Orellana al Virrey del Perú, en la que ofrecía el regreso de la provincia a España si se garantizaba la autonomía que habían ganado.

Al enterarse de la correspondencia del Marqués, el domingo 21 de noviembre varios batallones del Ejército acantonado en Quito salieron a las calles para demostrar su apoyo a la Independencia y al presidente Montúfar. En medio de este escenario, las masas de ciudadanos reunidos en la Plaza Grande comenzaron a vitorear "¡Viva Carlos I!, ¡viva nuestro Rey!, lo que causó el temor de un motín contra los diputados republicanos, que debieron ser escoltados por la Guardia presidencial de Montúfar hacia su Hacienda Chillo-Compañía, a las afueras de la ciudad.

Los diputados montufaristas encontraron el momento perfecto para triunfar con su tesis de una monarquía quitense, por lo que a la mañana siguiente convocaron la sesión del Congreso en la Hacienda donde se encontraban protegidos los sanchistas. Allí participó también el anciano obispo y ex-presidente del Estado, José de Cuero y Caicedo, que en el punto más álgido de las discusiones y acusaciones entre ambos bandos, se levantó y dirigiéndose a todos pronunció un elocuente discurso improvisado que, pese a ser sanchista, les exhortó a respetar la voluntad del pueblo que ya se había manifestado en las calles el día anterior.

Las votaciones se llevaron a cabo por la tarde, con el resultado de nueve votos a favor de proclamar a Montúfar como rey, y seis en contra. Inmediato se acordó también disolver el Congreso para convocar a una Asamblea Constituyente que redactara una nueva Carta magna con las nuevas características monárquicas e independientes del Estado. Los despachos con la resolución salieron de Quito hacia los diferentes Cabildos del país a la mañana siguiente.

Proclamación de Carlos I[]

Carlos de Montúfar, que no había deseado estar presente ni participar de la reunión en su hacienda, se encontraba en el Palacete Selva Alegre cuando a las siete de la noche llegó un emisario para contarle la buena nueva. El Presidente, ahora convertido en Rey, mandó a preparar todo para la mañana siguiente recibir a la comisión legislativa en el Palacio de Gobierno.

El martes 23 de noviembre llegaron a Palacio los quince diputados del Estado, que tras preguntar al presidente Montúfar si deseaba aceptar la corona quitense que se le ofrecía por voluntad popular, y recibir la respuesta afirmativa por parte de éste, procedieron a hacerle jurar con las siguientes palabras:

«Yo, Carlos de Montúfar y Larrea-Zurbano, por la gracia de Dios líder del Estado de Quito, y por nombramiento del Congreso Nacional Rey de esta nación, juro ante los santos evangelios que defenderé y conservaré la fe católica, apostólica y romana, sin permitir otra alguna en el país. Que guardaré y haré guardar la Constitución que formare la Asamblea Constituyente, y entre tanto la que está en vigencia desde 1812, y asimismo las leyes, órdenes y decretos que ha dado el Poder legislativo, no mirando en cuanto hiciere sino al bien y provecho de la nación. Que no enajenaré, cederé, ni desmembraré parte alguna del país, que no exigiré jamás cantidad alguna de frutos, dinero ni otra cosa, sino las que hubiere decretado el Congreso; que no tomaré jamás a nadie sus propiedades, y que respetaré sobre todo la libertad política de la nación y la personal de cada individuo.»

En la misma ceremonia fue leída la última proclama del Congreso antes de su disolución:
Art 1°. El Estado de Quito, libre y soberano tras su Independencia, adoptará como sistema de Gobierno la monarquía hereditaria, moderada y constitucional.
Art 2°. Los diputados, representantes del pueblo quitense, acuerdan por mayoría de votos que la corona debe recaer en el actual presidente de la nación, el general Carlos de Montúfar.
Art 3°. De consiguiente, cuando el Rey muera, la nación llamará a sucederle en el trono a su línea de descendencia legítima. Para otros casos, la Constitución fijará el orden de sucesión.
Art 4°. La Constitución establecerá los títulos y tratamientos de los hijos y nietos del Rey, así como de su augusta esposa.
Art 5°. A don Juan Pío de Montúfar, hasta hoy marqués de Selva Alegre y padre de Su Majestad Real, se le condecorará con el título de Duque de Selva Alegre y el tratamiento de Alteza, durante su vida.
Art 6°. Igualmente, a los hermanos y hermana del Rey, se les concede el título de Príncipes de Montúfar y el tratamiento de Alteza, durante su vida.
Art 7°. El Congreso del Estado de Quito se disolverá de manera inmediata una vez que tome juramento al Rey, convocando a las elecciones de representantes de la Asamblea Constituyente, que deberá instalarse en un plazo máximo de tres meses.

De esta forma quedó establecida la monarquía en el país, cuyas nuevas leyes y directrices serían discutidas en la Asamblea Constituyente de 1815. Por su parte, Montúfar hizo circular un comunicado con el texto de las resoluciones legislativas, su juramento y la siguiente explicación de por qué aceptaba ceñirse una corona: «si he de servir a los fines de nuestra patria, que como un niño que acaba de nacer necesita de los cuidados de la madre, no puedo negarme a los designios del destino, pues he sido uno de aquellos que le han dado a luz.»

La coronación[]

El 20 de diciembre fue el día elegido para la coronación de Carlos I como primer rey de Quito, fecha pensada para no coincidir con la Navidad pero con el tiempo suficiente para que las autoridades de todo el país pudieran llegar a la capital. Los encargados de planificar la ceremonia fueron el obispo Cuero y Caicedo y la princesa Rosa, hermana del Rey.

La familia Montúfar mandó a elaborar las insignias de su propio dinero, para lo que escogieron a los orfebres de la Escuela de San Andrés (Convento de San Francisco), reconocidos históricamente por su delicado trabajo. Se confeccionaron una fina corona de diademas cerradas, un bastón y un orbe. El ropaje, por otra parte, corrió por cuenta del Gobierno y fue encargado a las monjas del Monasterio de la Limpia Concepción.

El día del evento la ciudad lucía engalanada, con balcones y fachadas ricamente decoradas, así como los arios y portadas de las iglesias. En el presbiterio de la Catedral, junto al altar mayor, se colocó el trono que había sido elaborado por uno de los más célebres talladores de la ciudad, mientras que telas y flores adornaban el interior de todo el edificio. Los invitados empezaron a llegar desde las siete y media de la mañana para ocupar sus lugares.

A las ocho se dispararon veintiún cañonazos desde el Fortín del Panecillo, anunciando el inicio del cortejo real, que en su corto recorrido partió desde el Palacete Selva Alegre hasta el ingreso lateral de la Catedral, por donde Carlos I ingresó al templo. Tropas de infantería hicieron valla al Rey y a su séquito.

Tres obispos oficiaron la misa debido a la vejez de Cuero y Caicedo, quien sólo participaba en las partes más importantes y solemnes. Luis Quijano, presidente del disuelto Congreso, fue el encargado de colocar la corona al Rey, tras lo que otras insignias le fueron impuestas por los generales del Ejército. Al final, el obispo Cuero y Caicedo exclamó «¡Vivat Regis in aeternum!», «¡viva el rey!», y comenzaron a tañir las campanas que, junto al estrépito de los cañones del Panecillo, comunicaron al pueblo que la coronación se había consumado.

Entre la una y las dos menos cuarto de la tarde, el Rey y sus hermanos desfilaron acaballo por las principales calles de la ciudad, mientras su padre y hermana esperaron en el Arco de Carondelet a que regresaran a la Plaza Grande, donde recibió los honores del Ejército antes de su entrada en el ahora Palacio Real, donde tuvieron lugar el almuerzo y la recepción, que avanzaron hasta las diez de la noche.

Asamblea Constituyente de 1815[]

El 21 de julio de 1815 falleció el Marqués de Villa Orellana, por lo que los sanchistas se agruparon alrededor de la figura de su hijo y heredero, José, que un año más tarde fundaría el Partido Liberal Quitense, segunda fuerza política del país durante al menos un siglo.

José Joaquín de Olmedo regresó a Guayaquil en 1816. Vicente Rocafuerte regresó a Guayaquil en 1817.

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